El príncipe Baltasar Carlos a caballo Diego Velázquez, 1635 Museo del Prado |
Este es uno de los cinco retratos ecuestres que Diego Velázquez (1599-1660) pintó por encargo para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. La perfección con la que el artista retrató el angelical rostro del joven príncipe, es uno de los elementos que más llama la atención del cuadro, lo mismo que el aspecto rechoncho de la jaca. En su monografía sobre Velázquez –publicada en 1898–, el pintor español Aureliano de Beruete y Moret (1845-1912) comentaba acerca de este cuadro: “Obra verdaderamente inspirada a la cual la crítica más maliciosa no podría encontrar otro reparo a hacer que el vientre exageradamente voluminoso y las patas demasiado alargadas del caballo.” Hay que tener en cuenta que el emplazamiento elegido para este cuadro era sobre una de las puertas que daban acceso al Salón de Reinos, y que Velázquez pintó el caballo expresamente deformado, teniendo en cuenta el efecto de perspectiva con el que iba a ser observado desde abajo. Tanto el príncipe como el caballo destacan nítidamente sobre el paisaje del fondo, así como sobre el magnífico cielo que, en honor al artista, recibe el nombre de “cielo velazqueño”. En primer término tenemos los sedimentos arenosos que transporta el río Manzanares a su paso por el Monte de El Pardo. Justo detrás aparece el encinar que domina este enclave madrileño y, en el fondo, el perfil montañoso de la Sierra de Guadarrama, con las cumbres de La Maliciosa nevadas en la parte de la derecha. El colorido de todo ese paisaje natural es rico y variado y se completa con los tonos azulados y grises que dominan en los celajes, sin olvidarnos del blanco de las nubes desgarradas de la parte superior izquierda, cuya aplicación resulta fundamental para dotar de equilibrio cromático a la obra.
© José Miguel Viñas
Fuente: www.divulgameteo.es
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