29/7/11

Pinacoteca meteorológica (III)

El grito
Edvar Munch, 1893
Galería Nacional de Oslo
A lo largo de la historia, pocos cuadros han logrado transmitir de una forma tan desgarradora la angustia de un ser humano, como este famoso grito que inmortalizó el pintor noruego Edvard Munch (1863-1944). Estamos ante una de las principales obras pictóricas del movimiento expresionista y un icono de la cultura universal. Aunque lo primero que uno piensa cuando ve este cuadro es que se trata de un hombre gritando –presa del pánico–, en realidad lo que está haciendo es taparse los oídos, supuestamente ante un ensordecedor ruido. Las líneas sinuosas que dan forma al personaje y que aparecen tras él y en el cielo, estarían representando precisamente ese ruido. También llama la atención en el cuadro el intenso color naranja y rojizo de los celajes. En 2004, un equipo de científicos de la Universidad de Texas (EEUU) los relacionó con la erupción del Krakatoa, ocurrida el 27 de agosto de 1883, diez años antes de que el cuadro fuera pintado. “El grito” evoca una vivencia que tuvo artista a los 20 años de edad, y que ciertamente le impresionó. En palabras del propio Munch: “Paseaba por un sendero con dos amigos –el sol de puso–, de repente el cielo se tiño de rojo sangre (...) –sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad [Oslo]–, mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la Naturaleza.” A pesar de encontrarse tan lejos de Noruega el volcán indonesio Krakatoa, su violenta erupción, ocurrida en la fecha antes apuntada, fue de tal magnitud que, aparte del estruendo que causó (se pudo escuchar casi a 5.000 kilómetros de distancia) y de los fuertes seísmos que tuvieron lugar, lanzó a la atmósfera una cantidad enorme de materiales volcánicos, inyectándolos a grandes altitudes, lo que provocó espectaculares puestas de sol en el norte de Europa durante varios meses después de la erupción. La presencia de aerosoles en el aire provoca una dispersión de la luz diferente –en mayores longitudes de onda– que cuando el aire está más limpio, lo que se traduce en unos cielos más rojizos y encendidos durante los atardeceres y amaneceres. Edvard Munch pintó los colores rojizos provocados por la erupción del Krakatoa en su cuadro más conocido.

© José Miguel Viñas

Fuente: www.divulgameteo.es

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