5/3/09

Ciencia y religión

Parece incontrovertible que la ciencia y la reflexión teológica han atravesado momentos de tensión. Apoyada en ese dato, existe la idea generalizada de que la ciencia empírica avanza a medida que va arrebatando dominios hasta entonces privativos de la teología. Hasta tal punto ha calado esa creencia en ciertos círculos académicos, medios de comunicación y sociedad en general, que muy pocos terminan por descubrir que se trata de un bulo lanzado hace algo más de un siglo. En su forma elaborada, se amplía la tesis de Freud sobre el progresivo destronamiento del hombre hasta llegar a la revolución psicoanalítica que colocaba el subconsciente en su centro. A su imagen, se repite, la teología recularía, primero, con el advenimiento del heliocentrismo copernicano, que sustituyó al geocentrismo; luego, con la teoría darwinista de la evolución de las especies a través de la selección natural, que minaría la concepción de la creación individual de cada especie ab initio, hombre incluido; más tarde, la eternidad del mundo (a través de un proceso iterado de explosión originaria, implosión final, nueva gran explosión, etcétera) que destruiría la idea de un universo finito en el origen y en su terminación; y, por fin, la disolución del yo, de la conciencia, en unos correlatos neuronales. Atribuirle a la teología un rechazo de la teoría de la evolución, de la teoría de la gran explosión o de las bases neurológicas de la conciencia es, lisa y llanamente, una falsedad. Leer más ...

2 comentarios:

Antonio Andújar Tomás dijo...

Joder, al principio me he asustado, creía que lo habías escrito tú.

Francisco M. dijo...

No me han admitido, por el momento, en el grupo de investigación sobre Ciencia, Razón y Fe. Pero, tiempo al tiempo.