2/2/09

Taurinos y antitaurinos


Con el permiso de Isabel (propietaria del blog "Isla de la Trapobana") transcribo este artículo de Adolfo Rebolledo.


"Algunos observamos con interés cómo viene desarrollándose en nuestro instituto una especie de contienda durante las últimas semanas, a veces incluso de modo furtivo, entre quienes están a favor de las corridas de toros y de quienes no lo están. Se pegan carteles, se despegan, se vuelven a pegar, unos a favor, la mayoría, en contra. Y aquí nos encontramos haciendo conjeturas sobre el asunto, donde la conciencia puede reclamarnos tanto nuestra opinión como el posicionamiento ante el debate.
Estamos llegando a un punto importante en la evolución de estas tendencias, pues podemos advertir que no se restringen al mero ámbito del instituto, sino que se trata de un movimiento extendido por todo el país y que está levantando enfrentamiento y polémica a lo largo y ancho de nuestra geografía. Concretamente, en Cataluña ya se está empezando a recoger firmar por parte de algunas organizaciones en defensa del toro. Porque hay que pensar que quienes están a favor de las corridas no están, precisamente, a favor del toro. Por parte de la conciencia de una parte de nuestra sociedad se sigue viendo al toro como a la temida bestia negra a la que hay que sacrificar. Esto pudo tener su sentido en los tiempos ancestrales en que el hombre se enfrentaba al toro con un simple palo, por carecer de otros recursos, para resarcirse de su inferioridad física y de su miedo ante una criatura mucho más fuerte como es el toro. Pero hoy día, toda esta moderna manipulación del sufrimiento no tiene más sentido que el de satisfacer la conciencia de un sacrificio que no conduce a nada más que a la realización de un espectáculo sin aquel sentido anímico, y a mantener probablemente el antiguo atavismo del sacrificio colectivo enmarcado en la imagen de un animal que en la actualidad no hace daño a nadie, si nadie se mete con él, tal como hacen la mayoría de los animales.
Hace unos años se llevó a cabo una encuesta, no recuerdo si por Antena 3, en la que se mostró que más del sesenta por ciento de los españoles estamos en contra de las corridas de toros. Esta tendencia ha progresado notablemente durante los últimos años. Recuerdo que hace unos tres meses el diario El País realizó el mismo tipo de encuesta a través de su página web, y al cabo de unos días pude comprobar que más del 80% de los votantes se manifestaron en contra de esta celebración mal llamada “fiesta nacional”. A mi consideración se le antoja que el resultado obtenido quizás sea algo alto debido al tipo de perfil del votante usual en ese diario. De todas formas, no deja de ser un indicativo importante a tener en cuenta.
Entre nosotros, en el Izpisúa Belmonte, estoy comprendiendo durante estos últimos días cómo los alumnos de los diferentes cursos se posicionan a favor o en contra de una de las tendencias. En algunos escasos casos el posicionamiento de determinados algunos y algunas sólo corresponde a una pura rivalidad entre alumnos que no se caen bien mutuamente. Sin embargo, en la mayoría de los casos puedo constatar que las declaraciones son sinceras y responden a un sentimiento interior, tanto en un sentido como en otro.
Convendría, no obstante, centrarse en la parte central de este asunto, es decir, en el animal a partir del cual surge toda esta controversia, el cual sufre todas las consecuencias del espectáculo sangriento que es la corrida taurina. El toro es un mamífero con un sistema nervioso similar al de otros tantos mamíferos, entre los que se encuentra el ser humano. No hará falta ser muy perspicaz para entender que las terminaciones nerviosas a flor de piel son igualmente sensibles a las diferentes agresiones exteriores, tales como el frío, el calor, el picor y el dolor, por citar algunas de ellas. Mantener que al toro le gusta ser sacrificado de la forma que sabemos, no solamente es ofensivo contra la inteligencia y la ciencia, sino que puede denotar, en la mayoría de los casos, una falta de sensibilidad y de práctica del raciocinio en la consideración del dolor del animal.
El otro día comenté ante algunos alumnos que por nuestras cercanías aún se practica la brutal salvaje costumbre de ahorcar a perros que ya no sirven para la caza (se ha publicado en alguno de nuestros diarios de Hellín), y que en algunos lares de España se practica –aunque en estos últimos tiempos afortunadamente no he sabido de ello- la poco extendida pero siniestra práctica de pinchar los ojos de algunos pájaros cantores, porque se cree, de manera maldita, que así cantan mejor. Estos actos pueden despertar tanto nuestra estupefacción como nuestro desprecio. Pero curiosamente nos encontramos con quienes se alteran por tales aberraciones y no consideran de la misma forma el sufrimiento del toro, que padece una verdadera y estructurada tortura.
Por no extenderme demasiado, sólo voy a pedirte una cosa: piensa que estás dentro de la piel del toro e imagina, por unos instantes y paso a paso, cómo te infligen ese tipo de castigo atroz y agonizante hasta llegar al sometimiento de una muerte terrible. Y a partir de ahora podrías también ponderar la posibilidad de pedir que abran el portón al toro para que pueda huir de la plaza en plena corrida. Ten por seguro que preferirá ir con los suyos a pastar plácidamente al campo. Pero no le dejan salir.
O mejor aún, pensemos que no vaya al ruedo".


Adolfo Rebolledo Gaudes, profesor de inglés en el Izpisúa Belmonte

1 comentario:

Francisco M. dijo...

Escribo este comentario sin haber leído todavía el post, pero es que ya el título me huele. Por favor, no empecemos otro debate que no llego a fin de curso. De seguir así el próximo año necesitaré una rebaja en mi horario para poder atender tantos frentes. Pero, como dijo El Espartero en respuesta a un periodista que le preguntó si merecía la pena arriesgarse tanto en la plaza, MAS CORNÁS DA EL HAMBRE. No hay miedo.